LA ERA DE LOS DATOS:
una columna sobre tecnología, comunicación y humanidad.
REFLEXIÓN #2
Parte 2
¡Buenos días, lectores! :)
En la tercera entrega de esta columna, quiero invitarlos a continuar reflexionando en profundidad sobre la implicancia el uso de las nuevas tecnologías aplicadas a la vida cotidiana. En el artículo anterior nos permitimos analizar cada rincón de una de las interfaces gráficas que dio inicio a lo que hoy llamamos "la era informacional", a la cuarta revolución industrial. Windows 10, que actualmente es el producto estrella de una de las 5 empresas que conforman GAFAM -el inmenso monopolio informático de Sillicon Valley- nos ha brindado más de un motivo para sospechar que la vulnerabilidad a la privacidad de nuestros datos, ya no es cosa de cuentos de ciencia ficción, ni mucho menos, el alimento de teorías conspiracionistas.
Pero antes de adentrarnos en este segundo análisis (seguramente más controversial que el primero), vuelvo a extender mi agradecimiento a Leandro Amico, Adriana De Carli, Agustina Toledo y Lucía Hidalgo quienes, además de permitirme hacer público este estudio, me mantienen en sintonía con la realidad académica.
Una última interrupción, y les prometo que empezamos: gran parte del análisis fue puesto en consonancia con el docu-drama "The social dilemma". Se los dejo como recomendación para ver este próximo fin de semana y así terminar de hecha luz sobre este análisis.
Ahora sí, sin más rodeos, veamos de qué se trata esto que llamamos violación a la privacidad digital.
“En los 10 últimos años, las compañías en Sillicon Valley
han negociado vendiendo a sus usuarios”
Roger McNamee
The Social Dilemma (2020)
WINDOWS 10: una crítica ética, política y social.
Para que existieran las armas de fuego, primero debió existir la pólvora. De la misma forma, para que existiera Internet – el Big Data y las controversias acerca de la privacidad-, debieron primero existir las computadoras. Es así que, en un mundo donde la información se muestra vulnerada ante el vertiginoso desarrollo de las nuevas tecnologías, es momento de sentarse a reflexionar cuáles son nuestros derechos y responsabilidades como usuarios (y prosumidores) de esta inmensa madeja de interfaces, de esta red de relaciones socio-tecnológicas.
Todas las interfaces digitales que han sido creadas en el último medio siglo persiguen un mismo objetivo: la interacción del humano con la tecnología. Y no podemos escapar al hecho de que esa interacción tuvo su origen en la primera ventana que se abrió al mundo, los sistemas operativos de interfaz gráfica de usuario. Fue en ese momento donde nació un nuevo lenguaje que, a partir de los 80, cruzaría los océanos a la velocidad de la luz.
De allí en adelante, todo el mundo se vio ante la igualdad de condiciones para interactuar con una computadora porque todo el mundo sabe “leer” gráficos, o por lo menos nos lo han puesto fácil de aprender, lo han hecho intuitivo (¿a qué costo?). Porque de no haberse creado un software que pusiera en imagen lo que es imposible (para el común de todos nosotros) leer en el lenguaje de la programación, seguramente hoy no estaríamos debatiendo sobre la implicancia del uso de la tecnología en el comportamiento de las masas.
Nuestro caso de análisis, no escapa a las críticas y reflexiones que la era digital propone, porque bajo el escudo de “personalizar la experiencia del usuario” recopila datos a gran escala, y sería ingenuo de nuestra parte pensar que no sacan ningún lucro de ello. Pero, ¿qué datos recopila Windows 10? Veamos lo que nos cuenta el propio Microsoft en las políticas de privacidad de Windows 10[1]:
“En el pasado, Windows podía considerarse como un software que residía solo en tu dispositivo. Ahora con Windows 10, las partes importantes de Windows se basan en la nube e interactúan con los servicios en línea.”
“Cortana puede ofrecerle noticias de última hora sobre los equipos deportivos que sigue en la aplicación MSN Deportes, así como recomendaciones basadas en los lugares favoritos que haya marcado en la aplicación Mapas, alertas cuando se produzca un cambio en su vuelo programado, entre otras prestaciones. Usted controla la cantidad de datos que comparte con Cortana. Cortana funciona mejor si inicia sesión con la cuenta de Microsoft y le permite usar los datos de su dispositivo y de los servicios de Microsoft y de terceros a los que elija conectarse.”
“Para proporcionarle sugerencias de texto y correcciones automáticas que realmente ayuden, creamos un diccionario personalizado con una muestra de las palabras que ha escrito e introducido. Los datos que se escriben incluyen una muestra de los caracteres y las palabras que escribe, los cambios que hace manualmente en el texto y las palabras que agrega al diccionario. (…) Si activa Cortana, los datos de voz, entrada manuscrita y escritura también se comparten con Cortana para ayudarla a proporcionar sugerencias personalizadas.”
“Para garantizar que las actualizaciones funcionen correctamente en el dispositivo, debemos saber lo que puede hacer tu dispositivo y qué controladores y demás software has instalado.”
“Le contaremos sobre las cosas que creemos que le gustarán. Por ejemplo, es posible que te enviemos correos electrónicos para recordarte sobre artículos que hayas olvidado en el carro de compras en línea. También mostramos publicidad en algunos servicios y preferiríamos mostrarle anuncios que le resulten interesantes.”
Y acá nos detenemos, porque ¿en qué momento se nos alertó de que todas las actividades que realizáramos desde Windows 10 iban a tener impacto sobre la publicidad que se nos mostraría? De hecho, ¿en qué momento aceptamos que se nos muestre publicidad? ¿Publicidad de quién? ¿Vendiéndonos qué? Microsoft no es muy claro cuando le preguntan qué hace con nuestros datos: “(…) continuamos evaluando cómo usamos los datos como parte de nuestro fuerte compromiso con el cumplimiento legal y el cumplimiento o superación de las expectativas cambiantes de nuestros clientes.”[2] Pero el hecho es que si dentro de sus políticas de privacidad aclara que estarán recopilando nuestra actividad para “mostrarnos anuncios que nos resulten interesantes”, entonces hay algo muy claro: Windows 10 provee parte –con suerte- de nuestra actividad a quienes deseen anunciarse ante nosotros. O sea, a empresas que estén buscando vender (un producto, un servicio o un discurso) a partir de nuestro comportamiento con la interfaz. Desde luego que cuando uno utiliza ciertos servicios hace ciertos sacrificios -uno suele ganar en comodidad sacrificando un poco de privacidad-, pero de seguro la primera intención de un usuario al interactuar con Windows 10 no es que éste recopile, analice, y provea nuestra información a los anunciantes (“socios”, como lo llama la misma empresa) con la excusa de “mejorar” nuestra experiencia, de personalizar el contenido que nos será mostrado.
Por otro lado, ya hemos anticipado en nuestro primer artículo que Windows 10 (y todos sus antecesores), son de código cerrado: esto quiere decir que los usuarios no tienen acceso al código fuente y que, por lo tanto, no pueden supervisar (si contaran con la capacidad cognitiva de hacerlo) lo que sucede “dentro” del software, y a consecuencia, no pueden modificarlo ni solucionar los posibles “baches” de seguridad que pudiera tener el programa, quedando de esta forma a la merced de la empresa proveedora.
Si bien Microsoft eleva la bandera de la confidencialidad y se jacta de proteger la identidad y datos de sus clientes – “Si no podemos proteger a las personas, entonces no merecemos su confianza”[3]-, hemos detectado algunas situaciones que nos hacen pensar que esta relación que propone Microsoft basada en la confianza mutua, en realidad se trata de una herramienta más de marketing. Veamos algunos ejemplos para aclarar nuestros dichos:
“Microsoft reconoce que se han filtrado 250 millones de registros de clientes: Nuevo susto para todos los que son clientes de Microsoft, porque acabamos de conocer que se ha producido una nueva filtración masiva de datos que tienen que ver con las conversaciones que mantienen los miembros del soporte técnico de la compañía con sus clientes. 250 millones de registros que tienen que ver con llamadas de soporte y asistencia, y datos personales que han estado accesibles para cualquier usuario con un navegador en sus manos (…)”[4]
Ante este hecho, Microsoft declaró:
Hoy, concluimos una investigación sobre una configuración incorrecta de una base de datos interna de soporte al cliente utilizado para el análisis de casos de soporte de Microsoft. Si bien la investigación no encontró ningún uso malintencionado, y aunque la mayoría de los clientes no tenían información de identificación personal expuesta, queremos ser transparentes sobre este incidente con todos los clientes y asegurarles que lo tomamos muy en serio y nos hacemos responsables. Nuestra investigación ha determinado que un cambio realizado en el grupo de seguridad de la red de la base de datos el 5 de diciembre de 2019 contenía reglas de seguridad mal configuradas que permitían la exposición de los datos. Tras la notificación del problema, los ingenieros corrigieron la configuración el 31 de diciembre de 2019 para restringir la base de datos y evitar el acceso no autorizado. (…) Estamos comprometidos con la privacidad y la seguridad de nuestros clientes y estamos tomando medidas para evitar que se produzca este problema en el futuro. (…) Lamentablemente, las configuraciones incorrectas son un error común en toda la industria. Tenemos soluciones para ayudar a prevenir este tipo de error, pero desafortunadamente, no estaban habilitadas para esta base de datos. (…) Queremos disculparnos sinceramente y asegurarles a nuestros clientes que lo estamos tomando en serio y que estamos trabajando con diligencia para aprender y tomar medidas para evitar que vuelva a ocurrir en el futuro.”[5]
Pero vayamos un poco más allá de las disculpas obvias de Microsoft, y veamos otro acontecimiento donde la problemática de la privacidad volvió a hacer eco:
“Microsoft deberá corregir su sistema operativo Windows 10 e impedir recolección de datos en Brasil:
Un juez del estado brasileño de Sao Paulo determinó hoy que la empresa Microsoft tiene un plazo de 30 días para corregir su sistema operativo Windows 10 e impedir que siga recogiendo datos personales de sus usuarios sin su expresa autorización, informaron fuentes judiciales.
La decisión, una cautelar en respuesta a una denuncia civil pública de la Fiscalía contra Microsoft por violar "innumerables principios constitucionales" en Brasil, determina que el nuevo sistema tiene que permitir que los usuarios, de una forma simple, puedan decir que no quieren que sus datos personales sean usados por la empresa.
(…)
De acuerdo con la denuncia hecha por la Fiscalía en Brasil, la autorización para la recolección de datos es hecha de forma automática por el usuario en el momento en que actualiza Windows 10 y sin que se le consulte expresamente sobre el asunto.
Una vez más, una respuesta ambigua y llena de marketing por parte de la empresa creadora de Windows 10:
"Estamos comprometidos con la privacidad de nuestros clientes y los colocamos en el control de sus datos. Una de nuestras prioridades es garantizar que todos los productos y servicios estén en conformidad con la ley aplicable".[6]
Pero eso no es todo. Porque en 2017 “las autoridades holandesas encargadas en el cumplimiento de las leyes de protección de datos de los usuarios (DPA), realizaron una investigación en las ediciones Home y Pro de Windows 10 y descubrieron que el sistema operativo de Microsoft infringía alguna de esas normas. Pues bien, ahora Microsoft será nuevamente investigado por recoger datos de los usuarios en Windows 10. (…) Concretamente, las autoridades holandesas insinúan que Windows 10 está recolectando datos de los usuarios que no son meramente de diagnóstico, lo que indica que se estarían incumpliendo las normas de protección de datos de los usuarios.” A lo que Microsoft sostuvo que “todos los cambios solicitados por las autoridades holandesas fueron implementados en su momento y que cumplen con todas las normas de protección de datos.”[7]
Entonces, luego de las contadas evidencias, no nos queda más que reafirmar que nuestro caso de análisis no escapa a la problemática que plantea la vulnerabilidad a la privacidad de los usuarios, suponiendo con esto un gran punto oscuro a nivel ético que se contradice con la “filosofía” de la empresa: porque una cosa es recolectar datos de los usuarios para mejorar su interacción con el sistema operativo, y otra muy distinta es usar de excusa la experiencia del usuario para generar ganancias a partir de la venta de datos por parte de la empresa a sus socios corporativos. Ya estamos advertidos por el propio Microsoft: todas nuestras acciones dentro de su software dejan huellas de comportamiento, y en la era digital, ¿qué gran corporación no las utilizaría para comerciar aún sin tener el consentimiento explícito de sus usuarios?
Es momento de que “la letra chica” (Políticas de privacidad y seguridad) se traduzca a un “idioma universal”, por la misma razón que en los 80’ tradujeron el código de programación a la interfaz gráfica: para que todos podamos leerla, comprenderla y aceptarla o rechazarla con el pleno uso de nuestras facultades.
The Social Dilemma y “la interfaz como práctica política”.
The Social Dilemma es un documental que nos alienta a reflexionar acerca de las consecuencias sociales y políticas del uso masivo de las redes sociales en los tiempos que corren. El vertiginoso avance de la Inteligencia Artificial (IA) y los crecientes intereses comerciales de las compañías, están poniendo en riesgo mucho más que la privacidad de los usuarios: están haciendo peligrar la figura de la democracia en muchos Estados.
Entonces, ¿son los dueños de las redes sociales los únicos “culpables” del desmoronamiento político del mundo contemporáneo? Claro que no, porque “a los usuarios les encanta sobreinterpretar las interfaces y jugar con ellas, frustrando así el deseo de unos diseñadores que pretenden imponerles una forma única de interactuar.”[8] Entonces los usuarios (prosumidores, recordemos) son responsables también del uso desviado que se le da a las redes sociales. ¿Cuántas veces, por ejemplo, nos cruzamos en Facebook con una noticia relativa al gobierno argentino y la compartimos sin revisar la fuente? ¿Cuántas veces intermediamos en una discusión política apelando que “hemos leído lo contrario en Internet”, pero ni siquiera sabemos cuál de las dos posturas es cierta? ¿Cuántas veces, incluso, sabiendo que estamos haciendo un uso indebido de estas plataformas, compartimos contenido inadecuado por el simple hecho de causar controversia entre nuestros seguidores? Con una web absolutamente colaborativa como la que existe en estos días, es necesario que las culpas sean compartidas y la búsqueda de soluciones sea en conjunto. Para eso primero es necesario perder la ingenuidad.
Pero vayamos un poco más allá de lo evidente, y entendamos que las redes fueron creadas con propósitos muy distintos a los actuales, porque en el camino hacia la popularidad encontraron también la manera de monetizar los esfuerzos propios y los ajenos, dejando en desventaja a los usuarios. Es así que, de la misma forma en la que The Social Dilemma lo plantea, los “gigantes” se han apropiado de la interacción proponiendo modos que, en todos los casos, siempre les son redituables. Sin ánimo de caer en la melancolía, recordemos los tiempos donde en Facebook se nos mostraba al inicio todas las publicaciones de nuestros amigos de manera cronológica (y no por el orden de relevancia que interpreta el algoritmo). Recordemos también lo que significaba realizar una búsqueda en Google sin ser luego acosado por el remarketing en Instagram. Y lo que es más evidente en estos tiempos: tener una conversación por WhatsApp y luego ver rastros de ella en forma de banners dentro de la Web. Entonces no podemos escapar al hecho de que el contrato de interacción ha sido paulatinamente modificado ante nuestros ojos, pero, paradójicamente, a nuestras espaldas. ¿Quién hubiese aceptado, al crearse una cuenta en las redes sociales hace una década, las políticas de privacidad de datos que las mismas exhiben en la actualidad? ¿Quién hubiese dicho en su momento: “si, Facebook, llevate todos mis datos, pero dejame ver videos graciosos de gatitos”? ¿Quién hubiese sacrificado su privacidad si se nos hubiese puesto en letra grande y clara al crear la cuenta: “recopilamos tus datos –y todas tus acciones- y las compartimos con nuestros socios corporativos”? Nadie. Sobre todo, porque todavía gran parte de los usuarios siguen adjudicando las acciones de remarketing –entre otras- a un hecho sobrenatural e inexplicable. Todavía gran parte de la población cibernauta se sorprende cuando Google les sugiere una búsqueda demasiado específica, o cuando ese video en YouTube le muestra en un banner el curso de Domestika que estuvo husmeando tres páginas atrás. The Social Dilemma lo dice: “… cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”[10].
Entonces, cuando a un “capitalismo de vigilancia”[11] se lo alimenta con una gran masa de ingenuidad, desinformación y libertinaje, y se lo multiplica por la velocidad del desarrollo exponencial de las nuevas tecnologías, el resultado puede ser catastrófico. Ya lo anticipamos al principio de este punto: “la democracia como, a otra escala, los partidos políticos son interfaces que están en crisis y deben ser rediseñadas”.[12] Y rediseñadas desde la perspectiva de la realidad actual, donde las falsas noticias vuelan, donde la opinión pública se hace eco en cada rincón de la web, donde la tecnología atropella la buena intención de los votantes, y donde manipular a las masas está al alcance de un click.
Y con estas palabras concluimos este segundo estudio, invitándolos siempre seguir reflexionando sobre la importancia de estar informados y sobre todo, de perder la ingenuidad digital porque, señoras y señores, está más que demostrado que el mundo de la tecnología (y sobre todo de Internet) tiene sus propias reglas; pero aun, falta mucha ética que aplicarles.
¡Hasta el próximo artículo!
¡Gracias por leeros, y que tengas un gran día! :)
Fiore Maceri
Consultora en marketing y tecnología.
NUESTRAS FUENTES.
Bibliografía consultada:
“Las leyes de la interfaz”, Carlos A. Scolari (2018)
“El estado en la era exponencial”, Oscar Oszlak (2020)
Filmografía consultada:
“The Social Dilemma”, Jeff Orlowski (2020)
[1] https://privacy.microsoft.com/es-mx/windows10privacy [2] https://blogs.microsoft.com/on-the-issues/2019/04/30/increasing-transparency-and-customer-control-over-data/ [3] https://www.microsoft.com/es-ar/trust-center [4] https://www.lasexta.com/tecnologia-tecnoxplora/internet/microsoft-reconoce-que-han-filtrado-250-millones-conversaciones-clientes-tambien-espana_202001225e28a18b0cf203e42fe732e7.html [5] https://msrc-blog.microsoft.com/2020/01/22/access-misconfiguration-for-customer-support-database/ [6] https://www.infobae.com/america/tecno/2018/05/07/microsoft-debera-corregir-su-sistema-operativo-windows-10-e-impedir-recoleccion-de-datos-en-brasil/ [7] https://www.adslzone.net/2019/08/28/microsoft-nuevamente-investigado-recoger-datos-usuarios-windows-10/ [8] “Las Leyes de la Interfaz”. Carlos A. Scolari (2018), p. 79 [9] “Las Leyes de la Interfaz”. Carlos A. Scolari (2018), p. 82 [10] The Social Dilemma (2020) [11] El capitalismo de vigilancia es el “que gana con la actividad de los usuarios por parte de enormes empresas cuyos modelos de negocio es que los anunciantes tengan el mayor éxito posible”. The Social Dilemma (2020) [12] “Las Leyes de la Interfaz”. Carlos A. Scolari (2018), p. 83
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