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EL AULA: ESE ECOSISTEMA DE APRENDIZAJE.

El aula es un ecosistema, que debe favorecer e impulsar el desarrollo y aprendizaje de los estudiantes y también sus experiencias.

Ante un ciclo lectivo que nos desafía a diario a pensar qué sorpresas hay que atesorar, pero también qué preocupaciones, donde el conocimiento es cambiante como los medios para acceder a él, se requieren entornos dinámicos, adaptables al cambio y resilientes.

En este ecosistema el docente en un diseñador de experiencias, un curador de contenidos y un mediador de los procesos de aprendizaje de sus alumnos; y estos son protagonistas de su propio aprendizaje interactuando entre ellos y con sus docentes, generándose una comunidad de aprendizaje, donde todos aprenden.

Si se pueden incorporar las TIC (Tecnologías de la Información y la Comunicación), se necesitarán estrategias que faciliten su acceso y aprovechamiento para favorecer el aprendizaje, movilizando relaciones entre actores y contexto. También se beneficiará “el aula” que rompe sus barreras físicas para lograr un aprendizaje ubicuo, en cualquier momento y lugar, para experimentar y generar propuestas conectadas con la realidad e intereses de los alumnos.

Hoy se necesitan crear ECOSISTEMAS COHERENTES con un propósito compartido, superador, con una escucha activa hacia adentro y hacia afuera, haciendo hincapié en lo colaborativo, actuando en red. ECOSISTEMAS SALUDABLES ¡donde se cuide a las personas!


PENSEMOS EN EL BIENESTAR ÁULICO

Ante esta necesidad de cuidar a las personas, frente al ritmo acelerado que se vive a diario y los tiempos de incertidumbre, las personas se dejan llevar por emociones como el miedo, la ansiedad, la ira, la tristeza. También de alguna forma se han olvidado la amabilidad y la bondad a través de las cuales se pueden establecer vínculos saludables para el desarrollo personal. No es redundante recordar que ante estas circunstancias el estrés está presente en las aulas, activando el sistema de amenaza y dando lugar a situaciones en las cuales no se favorece el aprendizaje o que alteran el bienestar general.

Cuando el docente muestra entusiasmo, confianza, resiliencia, cercanía personal, reconoce sus errores y autorregula sus emociones, todo esto es percibido por sus estudiantes lo que permite una mejor relación con base en el respeto, la bondad y el diálogo, mejorando los resultados en el aprendizaje.

Por otro lado se sabe que los seres humanos tienen un cerebro emocional. De las seis emociones básicas (alegría, tristeza, enojo, miedo, sorpresa, asco) se derivan otras emociones secundarias y estas no son buenas ni malas, surgen involuntaria y automáticamente; y la persona que las siente no puede evitarlas.

Hoy, cuando se habla de Educación Emocional, se propone entre otras cosas generar un clima emocional áulico apropiado. Entonces, para contribuir a un bienestar emocional en la misma, los docentes deberían acompañar a sus alumnos en sus emociones para que estos puedan regularlas de manera adecuada y que la respuesta a las mismas sea saludable. En el caso de los más pequeños el primer paso podría ser ayudarlos a identificarlas, a ponerle un nombre. Si se es consciente de las emociones, se podrán expresar, aceptar y actuar.

En palabras de Mariana de Anquín:

“Los maestros suelen tener corazones tan grandes que se sobrecargan de emociones”.

Los docentes necesitan cuidar con mucha amabilidad su mundo emocional; y a veces cuando no cuentan con las herramientas necesarias, suelen agotarse emocionalmente.


ALGUNAS CLAVES PARA MEJORAR EL AUTOCUIDADO DOCENTE A TRAVÉS DE LA AUTOCOMPASIÓN

“Ser amable con uno mismo es tan importante como serlo con los demás”.

La realidad de las escuelas suele ser desafiante, agobiante y estresante. No es fácil ser docente, pues es una profesión que demanda atención, dedicación, a tal punto que la mayoría de los docentes pueden sentirse agotados e incluso sufrir “agotamiento emocional” o “síndrome de burnout” ante una situación de estrés muy prolongada. Como dice el español Ángel Rielo, “todo puede esperar, menos estar bien”.

Coral Selfa, psicóloga especialista en mindfulness y educación consciente, propone tres claves para mejorar el autocuidado docente a través de la autocompasión.


· Prevenir la fatiga del docente: para ello debe reconocerse la necesidad del autocuidado del educador. Establecer en la agenda de momentos para “parar” y satisfacer la propias necesidades, equilibrando el dar y el recibir. Se contribuirá a la mejora del propio bienestar socioemocional y a la capacidad de estar presente con sus alumnos, ayudando a co-crear escuelas más amables y conscientes que faciliten el aprendizaje, acompañando a los alumnos en sus experiencias educativas.

Al practicar la autocompasión se tomarán decisiones y se realizarán cambios en las propias vidas; a través del “autocuidado” los docentes podrán reconectarse con su motivación y entusiasmo.


· Aprender a ser nuestro mejor amigo/a: pocas veces una persona se pregunta si es más amable consigo misma que con los demás. Seguramente cuando un amigo está sufriendo, surge la necesidad, la motivación de aliviar su malestar. Esto es compasión. Pero el desafío es aprender a ser “nuestro mejor amigo”, cuidándonos y regalándonos esa amabilidad cuando estamos estresados. Esto es la “autocompasión”, habilidad que combinada con la de mindfulness generan la autocompasión consciente. Esta es una herramienta para la resiliencia emocional que ayuda a enfrentar crisis de salud, fracasos personales o desafíos en el aula. Existen estudios que evidencian que las personas más compasivas tienden a ser más felices y estar más satisfechos en su vida, tienen mejores relaciones sociales, salud física y disminuyen la ansiedad y la depresión.


· Empezar por vos… ponerse la máscara de oxígeno: Coral Selfa comenta que si se quiere aprender a brindar mindfulness y autocompasión, se debe empezar por uno mismo. Propone realizar la práctica “Descanso de la autocompasión” (adaptada de la actividad propuesta por Kristin Neff, investigadora y psicóloga destacada en el estudio de la autocompasión), cuyo objetivos son empezar a entrenar la autocompasión en la vida cotidiana y reconfigurar el cerebro para desarrollar la resiliencia. Aconseja realizarla en el momento en que se deba enfrentar un desafío en el aula, algún malentendido entre colegas o cuando surge alguna preocupación, y así fortalecer la presencia conectada.

Esta práctica se resume en los siguientes pasos:

  1. Tomar una postura cómoda en el momento en el que se note una oleada de emoción difícil de gestionar (aburrimiento, desprecio, remordimiento, vergüenza…).

  2. Hacer una pausa y colocar la mano en el corazón (esto libera oxitocina que es la hormona del amor y la seguridad), repitiendo mentalmente estas frases o algunas otras variaciones que puedan ser útiles: "Ser educador o educadora es difícil” o “esto es molesto para mí”. O similares para reconocerse y preocuparse por uno mismo cuando se experimenta alguna angustia. Es una forma de aceptar lo que está ocurriendo y empatizar con ello.

Algunas otras frases que pueden ayudar en la práctica de la autocompasión, son:

“Todos cometemos errores”

El reconocimiento de que todos somos humanos, y que los docentes también cometen errores, ayuda a suavizar algo de esa resistencia.

“Que yo pueda ser amable conmigo mismo o misma”.

El mejor antídoto para la autocrítica es empezar a hablarse con amabilidad y cultivar el autocuidado.

Respirar profundo y proseguir la vida.

Y finalmente, nuestra favorita:

“La curiosa paradoja es que cuando me acepto exactamente como soy, puedo cambiar” – Carl Rogers

Esperamos que hayan disfrutado de esta serie de consejos y que en ellos encuentren herramientas para empoderarse a ustedes mismos como docentes y, en este mismo acto, a sus alumnos y a toda la comunidad educativa.


¡Hasta el próximo artículo!

Patricia E. Aldini y Antonela Milia

 

Bibliografía



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