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El Tiempo y la Filosofía.

Las miradas de Aristóteles y Agustín sobre el tiempo.

PARTE 1

Por Gabriel Bernachea.


¡Buenos días, lectores! 😃

Esperamos que estén teniendo un gran día.


Seguro les sucede a diario escucharse a sí mismo o a otros decir: “no me alcanza el tiempo para nada”, “no tengo tiempo para resolver esto ahora”, porque, presos de la vorágine del día a día, realmente tenemos esa percepción de que el tiempo se diluye, se esfuma, desaparece. Pero, ¿qué es el tiempo? ¿Cómo podemos medirlo por fuera de las convenciones del reloj? Pasado y futuro, ¿serían de alguna forma un presente continuo, pero en otro tiempo?

Hoy nuestro colega, el Profe Gabriel, nos estará dando algunas pistas sobre cómo pensar EL TIEMPO desde una mirada filosófica: cuál era la concepción antigua y cuál es la concepción moderna respecto de eso que todos tenemos, aunque siempre nos falte.

Sin más preludios, vamos por ello.

 

UN TEMA INELUDIBLE PARA EL SER HUMANO.


Es notable cómo desde la antigüedad griega, nombrando por ejemplo a Hesíodo con sus obras Teogonía y Trabajos y Días, hasta nuestra actualidad la reflexión sobre el tiempo ha sido una constante en el pensamiento o debate filosófico; aunque también ha sido tematizado y llevado a la discusión por los más grandes filósofos y pensadores (inclusive algunos que no pertenecieron al ámbito de la filosofía propiamente dicho).

De todos modos, no solo en el pensamiento o en la historia occidental ha suscitado reflexiones, sino que también podemos rastrearlo en los relatos cosmogónicos de las filosofías orientales, por ejemplo a partir del Libro de los cambios de los Zhōu de las antiguas dinastías chinas, donde los problemas filosófico-cosmogónicos derivados de la datación del tiempo, eran su principal preocupación; o de la América precolombina, como por ejemplo en el Popol Vuh maya,que es el relato creacionista que describe el inicio del mundo y de los seres humanos desde el principio de los tiempos.

También, a lo largo de la historia, varios han sido los filósofos y pensadores que han tratado el tema con muchísima amplitud y riquísima complejidad, dando lugar a las mayores exposiciones y representaciones que en nuestros días tenemos acerca del tiempo. Entre todos cabe destacar, cronológicamente, el trabajo de Aristóteles en el Libro IV de la Física, en el medioevo el excelente tratamiento que le ofrece Agustín en el libro XI de las Confesiones y ya en la modernidad, fue tematizado por Kant en la Estética Trascendental de la Crítica de la Razón Pura y tangencialmente por Hume, en el Tratado de la Naturaleza Humana. Autores contemporáneos también deciden retomar la cuestión, como Bergson en el Capítulo 2 del Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia; Husserl en Ideas I; y finalmente Heidegger en Ser Y Tiempo. Y no podemos dejar de nombrar a Paul Ricoeur quien en Tiempo y Narración nuevamente trata el tema, realizando un análisis muy agudo del Libro XI de Agustín.

A partir de estos ejemplos, podemos apreciar que el tiempo es un tema que ha llevado a la reflexión no solo al hombre occidental/europeo (vemos que no podríamos trazar una línea desde los griegos hasta nosotros dejando de lado otras perspectivas de pensamiento), sino que ha sido un tema común para el ser humano, pertenezca a la cultura que pertenezca y que con sus distintas variaciones, han tratado de dar respuesta a la pregunta “¿qué es el tiempo?”, encontrando diversas respuestas que, valga la redundancia, respondían a las necesidades de su entorno cultural inmediato, por tal motivo es la disparidad de respuestas encontradas, y también de allí surge que este sea un objeto de reflexión constante e inacabable.

Todos tenemos una respuesta, una noción o una preconcepción con respecto al tiempo. Si buscamos la respuesta fácil a la pregunta citada en el párrafo anterior, podríamos recurrir en un abrir y cerrar de ojos a un diccionario, como el Diccionario Usual de Larousse donde se encuentra una definición del tiempo que, entre las más variadas acepciones y usos para el término, dice lo siguiente:

“duración determinada por la sucesión de los acontecimientos, y particularmente de los días, las noches y las estaciones”.

Pero, finalmente ¿a qué nos permite aproximarnos esta definición? ¿Aclara mejor el panorama? ¿Nos ofrece una respuesta que a fin de cuentas nos permita culminar la indagación? Prácticamente no nos dice nada, ni tampoco nos resuelve el problema. Al contrario, al ser una respuesta o definición tan amplia, nos vuelve a generar más preguntas y abrir la reflexión: ¿es solo eso el tiempo? ¿Qué es la duración o la sucesión? Si la duración o la sucesión se explican por el tiempo transcurrido, pero si quiero saber qué es el tiempo ¿cómo lo explico en términos de duración o sucesión?; en otras palabras... estamos igual que al principio...

Estas preguntas breves y arbitrarias que surgen de una entrada de diccionario, son tal vez, otro de los motivos del por qué el tiempo continúa siendo una constante en la reflexión del ser humano, porque no se agota el tema en una definición del término como si se tratase de un objeto tangible que podríamos tener frente a nuestros ojos, sino que la misma, abre a más y más preguntas con respecto a su naturaleza, ya que no nos ofrece una respuesta satisfactoria con su explicación.

Por estos motivos, no en vano, Agustín de Hipona en su libro Confesiones presenta la paradoja de pensar sobre el tiempo de manera tajante, problema que hasta el día de hoy compartimos todos los seres humanos, al decir:

“Ciertamente comprendemos algo cuando hablamos de él, lo comprendemos así mismo cuando oímos hablar a alguien de él. ¿Qué es, por lo tanto, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé. Si quiero explicarlo a quien me pregunta, no lo sé” (Corti, A., 2011: 59).

Es intención de este escrito realizar una breve exposición de las concepciones clásicas del tiempo, en principio de Aristóteles y posteriormente de Agustín, para describir de qué manera conciben el problema del tiempo en su época, problema que nos acompaña hasta nuestros días.


DOS CONCEPCIONES CLÁSICAS CON RESPECTO AL PROBLEMA DEL TIEMPO.


Hablemos de Aristóteles.

Comenzar un escrito sobre el problema del tiempo instantáneamente nos remite a Aristóteles, en particular al Libro IV de la Física, donde encontramos su exposición acerca de la naturaleza del tiempo. Iniciar aquí el recorrido es un tanto arbitrario, considerando que Hesíodo es varios siglos anterior a Aristóteles, pero como es propio de este filósofo, encontramos en la Física un análisis sistematizado del problema y de un rigor filosófico mayor, el cual lo coloca en preponderancia con respecto a Hesíodo.

En la obra mencionada el Estagirita busca indagar si el tiempo existe o no (si es real, si es un ente), y, de ser así, buscar su naturaleza. Primeramente, se presenta el problema de su oscuridad y relativismo con respecto al “ahora”, y la imposibilidad de la existencia de dos “ahoras” simultáneos al ser el tiempo divisible en partes (pasado, presente y futuro), uno de los “ahora” dejaría de existir y no se daría en conjunto con el otro. Por lo que el “ahora” sería una especie de límite. Luego explora si el tiempo no sería una forma de movimiento y cambio, pero estos atributos se encuentran en las cosas y el tiempo está en todos lados y en todas las cosas, por lo cual no está en el movimiento. Pero al ver el cambio advertimos el paso del tiempo, por eso sin movimiento o cambio, no hay tiempo, lo que lo lleva a concluir que, el tiempo al no poder ser movimiento, es algo relacionado con el movimiento.

Luego de estas consideraciones iniciales, Aristóteles define al tiempo como

“número del movimiento según lo anterior y posterior” (Aristóteles, 1995: 88).

Luego de estas consideraciones iniciales, Aristóteles define al tiempo como “número del movimiento según lo anterior y posterior” (Aristóteles, 1995: 88). Llega a esta conclusión entendiendo que el movimiento sigue a una magnitud continua de lo anterior a lo posterior, este es el movimiento; de la misma forma actúa el tiempo en su sucesión, pero tiene un ser diferente al movimiento, un número que se determina con referencia de lo anterior y lo posterior, el “ahora”. Un número que tiene dos acepciones, lo numerado y lo numerable, pero al tiempo le cabe el primer significado, siendo lo numerado y no eso por lo que lo numeramos.

El tiempo tomado en su conjunto es el mismo, pero es el “ahora” en relación con lo anterior y lo posterior lo que determina el tiempo, y al igual que lo numerado y lo numerable, el “ahora” en un sentido, es el mismo y en otro no. Para Aristóteles tenemos conocimiento de lo anterior y lo posterior porque conocemos el “ahora” y nos permite numerar el movimiento, siendo que “el ahora es el mismo –pues es lo anterior y lo posterior en el movimiento- su ser, en cambio es diferente, ya que el “ahora” existe en cuanto es numerable lo anterior y posterior” (Aristóteles, 1995: 90), en cuanto puedo delimitarlo.

El “ahora” nos permite saber que hay tiempo e inversamente; además nos permite saber que el tiempo es continuo y podemos dividirlo, colocándole un límite a lo anterior y a lo posterior. Por su parte, el “ahora” como límite no es tiempo, sino que pertenece al tiempo; pero en cuanto es número del tiempo, lo numera porque el tiempo es número del movimiento y pertenece a algo continuo.

Resulta que, el tiempo no es el número por el cual numeramos, los sucesivos “ahoras”; sino que es el número numerado, esto es el lapso que transcurre entre los “ahoras” diferentes desde el antes al después. Entonces medimos el tiempo por el movimiento de un objeto que se encuentra en el espacio, y a su vez medimos el movimiento por medio del tiempo transcurrido. Pero también hay que tener en cuenta que el tiempo, mide el reposo ya que todo reposo es en el tiempo y lo que no es, también será en el tiempo.

Existe para Aristóteles una doble dimensión del presente, como la tiene el punto para el espacio y el móvil para el movimiento, en el “ahora” que posee en sí mismo una división en potencia del tiempo, siendo también el límite de lo anterior y lo posterior como la unidad de ambos en un tiempo continuo. Esta división y unión son lo mismo respecto del tiempo, pero el ser del “ahora” es distinto porque actúa como final del tiempo pasado y principio del tiempo futuro. Para Aristóteles entonces, el tiempo se encuentra entre el principio y el final ya citados anteriormente. Y siendo el tiempo continuo, existe entonces un sucesivo paso desde el principio hacia el final, que nos deja ver una circularidad en el tiempo, como en la cosmología griega en la que el cambio se rige por el paso del tiempo y el tiempo se constata por los cambios que en la naturaleza suceden, de allí que

“resulta evidente que todo cambio y todo lo que se mueve es en el tiempo” (Aristóteles, 1995: 98)

y todo cambio se produce y constata a partir de “ahora” que nos permite limitar lo anterior y lo posterior o lo pasado y futuro.

Para finalizar, Aristóteles deja abierta la cuestión de qué sucedería de darse el caso de no existir el alma, si habría tiempo o no. Debido a que debería existir “algo” que realice la numeración. De todos modos deja ver su opinión con respecto al tema, al afirmar que no habría tiempo al no haber alma, ya que es la única capaz de numerar. Adelantándose de esta forma a los planteos modernos con respecto a la concepción y autonomía del sujeto con respecto a la naturaleza.

 

Y hasta acá, la mirada de Aristóteles, uno de los dos filósofos clásicos de los que te propuse charlar sobre la noción de “tiempo”.

Ahora te propongo que volvamos a encontrarnos el próximo viernes para seguir dialogando y encontrando respuestas que, desde un pasado muy lejano, siguen haciendo eco en nuestros días.


¡Hasta la próxima semana!

Gabriel Bernachea

Profesor Universitario de Educación Superior en Filosofía

 

Bibliografía:

  • Aristóteles, Física (Trad. Vigo, Alejandro), Buenos Aires, Biblos, 1995.

  • Corti, A., Qué es el tiempo. Libro XI de las Confesiones. Agustín de Hipona, Madrid, Mínima Trotta, 2011.

  • Kant, I., Crítica de la Razón Pura, Buenas Aires, Ediciones Colihue, 2014.

  • Mannheim, K., El problema de las generaciones en: Reis nº 62, abril-julio 1993.

  • McTaggart, J., La Irrealidad del Tiempo en Le Poidevin, R. & MacBeath, M. (eds.) The philosophy of time, Oxford University Press, 1993 (Traducción de cátedra).

  • Reale, G. Y Antiseri, D., Historia del pensamiento filosófico y científico, Tomo Segundo: Del Humanismo a Kant, Barcelona, Herder,1992.

  • Torreti, R., Manuel Kant: Estudios sobre los fundamentos de la filosofía crítica, Buenos Aires, Editorial Charcas, 1980.


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