Leer es un acto generoso, quien lee aprende, quien aprende se independiza, se convierte en un ser autónomo, no repite porque aprende a pensar, a reflexionar por sí mismo. La lectura es un ejercicio generalmente individual y es de las pocas actividades diarias que pueden acoplarse a cualquier momento del día sin exigirnos un lugar concreto para hacerlo. Uno lee cuando viaja, cuando tiene un descanso para el café o el mate, en las escuelas, en la casa, en la oficina, en un banco de plaza bajo el sol. Han cambiado los soportes de lectura, no se lee solamente a través de un libro, se lee en una computadora, en un teléfono móvil, en cualquier formato que lo permita.
Cuando leemos estamos razonando y comprendiendo mensajes de toda índole, por eso mismo, en los tiempos de la postverdad, donde mucho de lo que se lee carece de pruebas, abrir juicios categóricos, allí donde la verdad está cuestionada, se convierte en un acto como mínimo confuso y peligroso, ya que puedo dar por válido lo que es falso.
Necesitamos discernir con claridad, con causa, con herramientas de juicio, con precisión cirujana y hasta jurídica si fuese necesario, pero no lo podemos saber todo y debemos enfrentar la duda, como mínimo, para orientar los significados del lenguaje hacia la verdad. La duda es tan saludable para la mente humana, como aprender a caminar, sabiendo que en cualquier momento habrá que caerse para aprender algo nuevo. La duda nos permite dar saltos de calidad en el pensamiento, nos enseña a respetar la idea opuesta, porque nos exige proveernos de argumentos más sólidos que el del adversario para imponer nuestro criterio, conforme a los razonamientos diferenciados que busquen en la palabra y en el ejemplo su justificación lógica.
Nadie aprende a pensar de la noche a la mañana como nadie resuelve un ejercicio matemático sin aprender a multiplicar y dividir. Es un proceso que lleva años de estudio, de formación escolarizada, de trabajo intelectual, pero sobre todo de la teoría y la práctica. No llegamos a la vida con el conocimiento adquirido, es un acto que nos lleva la vida, porque la lectura, en sí misma, es la vida misma del aprendizaje constante y permanente. Aprender no tiene un final porque cuando hemos aprendido a través de la lectura, nos damos cuenta que no alcanza, que siempre hay un escalón por encima nuestro que nos fuerza a seguir indagando a través de nuevos conocimientos que la lectura nos propone.
Hoy, hay quienes se jactan de lo contrario, de la no lectura, basados en una nueva realidad que no reclama ni exige, como patrimonio, la demostración de lecturas universales, de menor talante ni pasajeras. Pero el mundo se transforma aceleradamente y no hay comprensión sin la experiencia y sin los móviles teóricos que lo expliquen. Es imposible el progreso individual y colectivo sin el conocimiento que provee la lectura. Hay un intento por despersonalizar al sujeto humano, por quitarle sus atribuciones naturales, por convertirlo en un ser no pensante, el poder globalizado, los medios de comunicación internacional y locales son instruido para tal fin. Debemos reiniciar al hombre, al ciudadano/a, debemos recuperar el viejo estigma buscado por los grandes pensadores del pasado, pero con visión de futuro y comunidad organizada. El individuo separado, aislado en la muchedumbre se pierde, se extravía, pierde noción del concepto solidario. Nuevamente los tiempos que vivimos exigen replantear nuestra esencia, nuestros aprendizajes, nuestra individualidad que también es autonomía para leer, para razonar y para ser sujetos con pensamientos propios que no estén subordinados al gusto de los poderes de turno.
Prof. Carlos Cabrera
Profesor de Lengua, Literatura e Historia.
Escritor.
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