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MARÍA SÁNCHEZ DE THOMPSON. Personalidades argentinas.



Cuando busco una personalidad relevante de nuestra patria, me mueven diferentes intereses: su legado, sus valores y el entorno de la época en la que vivió. En este caso en particular donde la protagonista es una mujer en una época donde las mujeres eran invisibles para determinadas cuestiones, me moviliza imaginar la magnitud de su carácter para imponer sus ideas. Imagino las miradas de los otros, los cuchicheos al verla pasar y las interminables pruebas a las que debió someterse para plantarse como quería y cuando quería.

Hoy vamos a sacar a la luz la historia de una de las mujeres que se atrevió a romper con las tradiciones y los estereotipos históricamente impuestos por los hombres.

María Josepha Petrona de Todos los Santos Sánchez de Velasco y Trillo, más conocida como Mariquita Sánchez, nació en Buenos Aires el 1 de noviembre de 1786 y falleció a la edad de 83 años, el 23 de octubre de 1868. Fue una patriota y cronista argentina, que convocó en su casa a los principales personajes de su tiempo y es recordada en la tradición histórica argentina porque se interpretó por primera vez en su célebre salón literario, el Himno Nacional Argentino el 25 de mayo de 1854. Para ser justos, en realidad, fue una de las primeras mujeres argentinas políticamente activas, destacándose como una cronista de los sucesos que conformaron luego la historia fundacional de Argentina, como república, con una absoluta conciencia de la proyección histórica que podían tener sus escritos. En más de una ocasión sus actitudes fueron consideradas políticamente incorrectas e incluso respondía con tácticas retóricas agudas. ​

Mujer de carácter y convicción desde muy niña, tal como lo documenta la historia, al recordarnos el desenlace que la llevase a su primer matrimonio con su primo Martín Thompson del cual se había enamorado. Las hostilidades comenzaron cuando Thompson, alférez de Marina, fue trasladado de Buenos Aires, primero a Montevideo y después a Cádiz, aparentemente por las influencias de don Cecilio Sánchez de Velazco, padre de Mariquita, al tiempo que se le intentó imponer que se desposara con el candidato familiar, don Diego del Arco. La empecinada niña se negó e hizo una declaración ante autoridad competente, el virrey Sobremonte, de su voluntad de casarse con Thompson. La respuesta fue encerrarla en un convento por un tiempo. Ya muerto don Cecilio y vuelta a casar doña Magdalena Trillo, su madre, comenzó el juicio de disenso, promovido por Martín Thompson a su regreso a Buenos Aires. Cerca de un año después de iniciado el juicio, los enamorados obtuvieron la autorización y la boda se realizó el 29 de julio de 1805.

Veamos cuáles fueron los fundamentos que utilizó Mariquita al escribir una muy osada carta al virrey Sobremonte contándole su caso:

“Excelentísimo Señor: Ya llegado el caso de haber apurado todos los medios de dulzura que el amor y la moderación me han sugerido por espacio de tres largos años para que mi madre, cuando no su aprobación, cuanto menos su consentimiento me concediese para la realización de mis honestos como justos deseos; pero todos han sido infructuosos, pues cada día está más inflexible. Así me es preciso defender mis derechos: o Vuestra Excelencia mándeme llamar a su presencia, pero sin ser acompañada de la de mi madre, para dar mi última resolución, o siendo ésta la de casarme con mi primo, porque mi amor, mi salvación y mi reputación así lo desean y exigen (…). Nuestra causa es demasiado justa, según comprendo, para que Vuestra Excelencia nos dispense justicia, protección y favor. No se atenderá a cuanto pueda yo decir en el acto del depósito, pues las lágrimas de madre quizás me hagan decir no sólo que no quiero salir, pero que ni quiero casarme. (…) Por último, prevengo a V.E. que a ningún papel mío que no vaya por manos de mi primo dé V.E. asenso ni crédito, porque quién sabe lo que me pueden hacer que haga. Por ser ésta mi voluntad, la firmo en Buenos Aires, a 10 de julio de 1804”.

Con la autoridad que le daba esta resolución de su caso, Mariquita escribirá años más tarde:

“El padre arreglaba todo a su voluntad. Se lo decía a su mujer y a la novia tres o cuatro días antes de hacer el casamiento; esto era muy general. Hablar de corazón a estas gentes era farsa del diablo; el casamiento era un sacramento y cosas mundanas no tenían que ver en esto, ¡ah, jóvenes del día!, si pudieras saber los tormentos de aquella juventud, ¡cómo sabrías apreciar la dicha que gozáis! Las pobres hijas no se habrían atrevido a hacer la menor observación; era preciso obedecer. Los padres creían que ellos sabían mejor lo que convenía a sus hijas y era perder tiempo hacerles variar de opinión. Se casaba una niña hermosa con un hombre que ni era lindo ni elegante ni fino y además que podía ser su padre, pero hombre de juicio, era lo preciso. De aquí venía que muchas jóvenes preferían hacerse religiosas que casarse contra su gusto con hombres que les inspiraban aversión más bien que amor. ¡Amor!, palabra escandalosa en una joven el amor se perseguía, el amor era mirado como depravación”.

Tuvo cinco hijos con Thompson: Clementina, Juan, Florencia, Magdalena y Albina. Este último año marcó una desgracia porque Thompson fue enviado a los Estados Unidos donde enloqueció y murió en el viaje de regreso.

La vida de Mariquita estuvo ligada a los acontecimientos públicos por la causa de la libertad y colaboró con todas las empresas patrióticas de la Revolución de Mayo. Su casa de la calle Unquera, más conocida por todos como “del Empedrado” o “del Correo” (actualmente calle Florida al 200) cobijó a las personalidades de su época, atraídas por la hospitalidad graciosa y espiritual de la dueña. Los problemas más delicados eran debatidos allí, lo mismo que los temas literarios.

En 1812 heredó la "Quinta Los Ombúes", en San Isidro donde se cantó por primera vez el Himno Nacional Argentino. Esa casa fue declarada Monumento Histórico Nacional en el año 2007 para su preservación como testimonio del pasado local y nacional y se convirtió en Museo Biblioteca y Archivo Histórico de San Isidro Dr. Horacio Beccar Varela.

En 1820, la viuda, muy admirada, contraía nuevo matrimonio, esta vez con Washington de Mendeville, francés expatriado cuya conducta le deparó muchos sinsabores, que terminaron en su separación, disimulada por las funciones diplomáticas del marido fuera del país. Aquí había sido cónsul y muchos años más tarde Mariquita reveló, en una carta a Juan Bautista Alberdi, las miserias de su vida con Mendeville. De este matrimonio tuvo tres hijos: Julio, Carlos y Enrique. Reconocemos que su origen y sus dos matrimonios le aseguraron una posición social de "primera línea", pero la realidad es que demostró que su personalidad bastaba para colocarla en el nivel que ocupó

Cuando el ministro Bernardino Rivadavia fundó la Sociedad de Beneficencia requirió de su ayuda, constituyéndose en una de las fundadoras y primera secretaria de la institución en 1823, y presidenta de la misma entre 1830 y 1832. A ella se le encomendaban las escuelas y colegios de mujeres de toda la provincia de Buenos Aires, como también la administración de hospitales y casas de huérfanos.

Durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas renunció a dicha Sociedad y se exilió en Montevideo, a pesar de la vieja amistad que había entre ambos, pues tomó partido por los opositores al régimen rosista, entre los que estaba su hijo Juan y su esposo Mendeville que, al ser cónsul de Francia, mantenía conflictos diplomáticos con Rosas.

En 1846 fue a Río de Janeiro y al año siguiente volvió a Montevideo, donde permaneció hasta después de la Batalla de Caseros, que terminó con el régimen de Rosas.

Retornó a Buenos Aires, separada de Mendeville, a la que llamaba "la tierra de mis lágrimas", como ella decía durante su exilio y reanudó su labor en la Sociedad de Beneficencia y su salón volvió a brillar como antaño, acogiendo cuanto tuviese que ver con la cultura y el patriotismo.

Su retrato se encuentra junto a los de otras mujeres argentinas relevantes en el Salón Mujeres Argentinas de la Casa Rosada de Buenos Aires y hoy sus restos descansan en el cementerio de la Recoleta.

Felipe Pigna en su libro, Mujeres tenían que ser, dibuja con auténtica claridad, el contexto general de esta patriota destacada por la época y el carácter:

“Como “vecina” de los sectores más pudientes en tiempos “ilustrados”, Mariquita tuvo acceso a la educación y las lecturas, sin necesidad de convertirse en monja, como hubiera ocurrido en épocas anteriores. No cabe duda de que supo sacarles provecho, y sus cartas, recuerdos y demás escritos muestran una personalidad excepcional. Sin embargo, no hay que olvidar que en muchos aspectos no dejaba de ser una fiel exponente de su clase social. Por ejemplo, en lo que se refiere al “orgullo de casta”, como lo puso en evidencia en sus proyectos educativos, en los que siempre conservó el criterio de diferenciar a los sectores de elite de los populares. Así, estando al frente de la Sociedad de Beneficencia, mantuvo escuelas separadas para niñas “blancas” y para niñas “pardas”. En cambio, tenía puntos de vista mucho más avanzados a su tiempo en lo que se refería al matrimonio y el papel de la mujer en la familia. Por ejemplo, en una carta a su hija Florencia, en julio de 1854, decía: “¿Quién diablos inventó el matrimonio indisoluble? […] Es una barbaridad atarlo a uno a un martirio permanente”.

En un magnífico intento por reconstruir el pasado histórico de las mujeres de esta época, Gilda Manso, escritora, periodista y autora del libro “La historia argentina contada por mujeres”, dice: “La historia la contó el patriarcado. Las mujeres estaban ahí, pero fueron invisibilizadas porque las cosas que hacían, supuestamente, no eran imprescindibles. La normalidad era eso, que se ocuparan de la casa o sus hijos. Cuando la Revolución tuvo lugar, y los hombres se vieron obligados a luchar o a buscar trabajos en otras ciudades, ellas tuvieron que hacerse cargo de los comercios familiares, de las estancias, de los negocios. Fueron fundamentales para mantener la vida por fuera de la batalla. Esto, al parecer, no era importante”. Sabemos que su participación pública estaba muy limitada ya que dependían del permiso de su esposo o su padre, que en la mayoría de los casos no se lo permitían.

“Si bien en la vida pública las mujeres estaban prácticamente invisibilizadas, dentro de sus casas, la historia cambiaba. Muchas de ellas, como Mariquita Sánchez de Thompson, eran salonnière, es decir, imitaban el accionar de las francesas que abrían los salones a intelectuales y políticos durante el siglo XVIII. En ese sentido, la escritora e historiadora Gabriela Margall explicó: “Ante todo, es importante recordar que el sistema de gobierno era una monarquía y la opinión pública era vista con mucha desconfianza, los periódicos podían ser cerrados por las autoridades sin que nadie se escandalizara. Precisamente por esta razón, los salones privados se convirtieron en escenario de discusión política y las mujeres que eran dueñas de casa, se volvieron famosas por organizar esos salones. De modo que ‘abrir las puertas de sus casas’ era una opción y una posición política clara”.

“La apertura de los salones porteños, el espacio donde los hombres de la élite se encontraban a debatir la coyuntura política y económica luego del apresamiento del rey Fernando VII, así también como tomar decisiones sobre qué hacer con el futuro del Río de la Plata, no era el único trabajo de las damas: también tomaban la palabra. “El mundo de la política era muy distinto al de ahora, por eso, al no estar completamente diferenciado el ámbito público de lo privado, las mujeres tenían posibilidades de participar en reuniones, aconsejar a sus maridos y hasta esgrimir posiciones y accionar en conjunto con otras mujeres – que, obviamente, siempre eran esposas antes que mujeres-. Los encuentros de los hombres del mundo de la política en el ámbito doméstico les permitían a ellas estar dentro de lo político, aunque no siempre pudieran intervenir directamente en él”.

“No hay dudas que dentro de los hogares el acto político estaba marcado, pero dentro de ellos hay muchos mitos que giran en torno al trabajo que realizaron las referentes femeninas durante la Revolución de Mayo. Recién en los últimos años, historiadoras y sociólogas se adentraron en las cartas y diarios para dar cuenta de cómo las mujeres se agenciaban en otros planos de la experiencia cotidiana y, muchas veces, disputaban el rol preestablecido para la época. El desafío es, entonces, cómo abordar las mismas fuentes para ahora reconstruir un relato que problematice los vínculos entre hombres y mujeres, visibilizando las trayectorias y experiencias de mujeres que no solo se destacaron por ser “esposas”, “madres”, sino por construir y agenciarse desde otros roles como los militares, culturales, sociales, entre otros”.

Este es uno de los grandes regalos de la historia, poder mirar para atrás para descubrir en grandes personalidades de nuestro acervo cultural, pensamientos, valores, creencias, vivencias que hoy pueden darnos luz para transitar este enigmático camino de nuestra época.


 

FUENTES.

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