De eso se trata, precisamente, de tener la mínima teoría para una realidad que se nos escapa. La realidad se transforma más rápido que nuestros argumentos, necesitamos chocar con la realidad práctica para arribar a nuevas conclusiones. Hoy mismo, si trabajamos con 32 niños o adolescentes, tenemos 32 problemas que resolver. El Trastorno de Conducta (TC), desde mi punto de vista, no es un problema más complejo que otros más comunes y frecuentes. La mentira, el engaño, la discriminación, los abusos, la competencia desleal, el autoritarismo, contribuyen a formar, en una escuela, el carácter de todos y de cada alumno. Y sucede todo esto (y algunas cosas buenas, también). Educamos, aún, fuera del aula. Si pretendo dedicar más tiempo al alumno con dificultades, me dirán que no dedico el tiempo necesario a los demás. El maestro/a o profesor/a, son los padres del aula. No deben olvidar a nadie.
Un/a niño/a con TC requiere tiempo extra y, es allí, donde la acción de los padres puede ser determinante. El Psicopedagogo no debe ignorar ninguna información, ni por pequeña que parezca, y debe recurrir a los ejes transversales, no puede ni debe llevar un sentido lineal de información y función evaluativa. La colaboración del conjunto de los profesionales del Centro es fundamental para mejorar la calidad de enseñanza y la integración del niño con TC.
Nadie debe ni puede quedar afuera, lo contrario sería abandono ex profeso o discriminación.
La falta de comunicación entre escuela y familia es uno de los dilemas básicos de la educación, un dilema mucho más fuerte que cualquier otro elemento del entorno. En el mundo de los adultos, cuando estamos en nuestro trabajo, sabemos bien quien viene con problemas desde su propia casa (sin necesidad de preguntas). La casa es el origen de todo. Allí es dónde debemos contraatacar primero. Un buen hogar, hace a un buen niño/a; una buena escuela hace una buena persona.
Hay una pregunta más cruda por responder: ¿Qué hace la Institución Educadora si los padres no existen, no están, o no se involucran y delegan toda obligación formativa en el Estado o empresa educativa?
Retorno al principio. La teoría se destruye sola, pero es necesaria mientras indagamos por la respuesta práctica del problema.
Insisto en la necesidad de realizar un trabajo profesional con los padres (ya que no lo puedo hacer con los medios). Habría que realizar encuentros formales e informales para orientar a los que están comprometidos con sus hijos. De igual modo, debiéramos buscar respuestas para los que se evaden de sus obligaciones, por ejemplo, a través de otros padres que voluntariamente se animen a representar a los ausentes (por su amistad o vecindad), la creación de tutores personales, la nominación de compañero exclusivo para un alumno con TC que pueda colaborar con la institución (con la aceptación del niño “problemático”), y otras opciones que contribuyan a reducir el vacío familiar. El tema es largo para debatirlo en pocas líneas. Pero, si hay gente comprometida es porque hay gente que asume del compromiso su verdadera vocación y condición humana.
Prof. Carlos Cabrera
Profesor de Lengua, Literatura e Historia.
Escritor.
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